Como se comprenderá, acercarse
a la situación real de los enfermos, como conjunto, no resulta una tarea fácil.
Las condiciones de vida de un sujeto postrado en su lecho, u obligado a una
convalencia prolongada en su casa habitación, varían mucho en función de la
dolencia o incapacidad, medio en que habita, edad o, incluso, el género de la
persona.
REMEDIOS PARA VARIAS
ENFERMEDADES, ÚTILES DONDE FALTE EL MÉDICO
En su enumeración, Fernández
Niño, agricultor de la zona central, decidió escribir una Cartilla de campo y otras curiosidades, dirijidas a la enseñanza y buen
exsito de un hijo de la cual esperaba legar a su heredero las herramientas,
el saber adecuado para desempeñarse como propietario, aquí clasifica los
tratamientos para cada dolencia: “sorber
orines propios calientes en ayunas, para calmar los dolores de muelas; o los
orines de burro tres veces al día, para el mal olfato; o. francamente, poco
ortodoxos, como sóbate todas las noches
con sbo el ombligo y no empacharás; bajate los calzones y siéntate de
repente en agua fría, para el dolor; azótate
la espalda, pantorrillas, brazos y frente con ortigas, para el tabardillo o
insolación acompañada de letargo o delirio”.
Otro testimonio lo entrega
Adriana Montt en 1823, en una carta enviada a su nuera: “para el corazón, toronjil, violetas, flor de azucena, claveles y
alelíes blancos; para la retención de orina, cataplasmas de perejil frito en
aceite; dolores de dientes y muelas, romero en vino caliente; para las
almorranas, cataplasmas de flor de bisgana; para el flato, hormigas y semilla
de albahaca; boldo para el hígado; la bosta de caballo para la indigestión;
para la vejez, poca comida, ninguna golosina y paciencia, mientras no tocan la
puerta avisándonos la partida”.
Bernardo O’Higgins: sufrió
problemas afectivos que se manifestaron en enfermedades. Dueño de un estado
anímico muy especial, “psicología del desterrado” le han llamado, sufrió una “neurosis
del abandono” que se expreso en angustia, desesperación y agresividad causada
por la soledad. La tristeza y la exaltación, la benevolencia y falta de
carácter, la debilidad y la inseguidad que su origen y situación familiar le
provocaron, no sólo explican el carácter autista y sin sentido del humor de
O’Higgins., también sus actuaciones públicas que, tras una fachada exterior y
ficticia fuerte, escondía su inseguridad en la lucha por la vida. O’higgins
tuvo dolecias físicas propias de su época, cómo el vómito negro o fiebre
amarilla, que lo tuvo al borde de la muerte a los 21 años. También tuvo
malestares que se convirtieron en crónicos, como la osteomilitis que lo ataco
en 1818 en la batalla de Cancha Rayada, sufrió una herida con fractura del
húmero derecho. Esta inflamación simultánea del hueso y de la médula ósea le
trajo períodos en los que ni siquiera podía usar el brazo, sufriendo fiebres
altas y debilitamiento general. Incluso, sería la causa inicial de su
hipertensión arterial que lo aquejó, a la vez que primera manifestación de su
afección cardiaca. Ella convivió con otros males del prócer, como neuralgia facial, reumatismo, conjuntivitis,
apoplejía cerebral, dolencias del hígado y cefaleas que, especialmente las
molestias a la vista y la neuralgia, no lo abandonaron jamás, menoscabando su
vida cotidiana, pues, como él mismo escribió, el “corregimiento” a la cara no
lo dejaba vivir.
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