SER NIÑO HUACHO EN LA HISTORIA DE CHILE. SIGLO XIX. GABRIEL SALAZAR.
Los niños – según se cree – no hace historia. Los niños no eligen gobernantes. No son, tampoco gobernantes. No organizan Estados. No declaran guerras. No se matan entre sí, ni destierran a sus semejantes. No despliegan políticas económicas ni acumulan capital. No contratan sirvientes. No masacran a los pueblos. No difunden utopías
“Ser niño “huacho” en la historia de Chile”
(Siglo XIX)
Los niños – según se
cree – no hace historia. Los niños no eligen gobernantes. No son, tampoco
gobernantes. No organizan Estados. No declaran guerras. No se matan entre sí,
ni destierran a sus semejantes. No despliegan políticas económicas ni acumulan
capital. No contratan sirvientes. No masacran a los pueblos. No difunden
utopías.
Contexto histórico del siglo XIX:
El siglo XIX chileno se
caracterizo por ser un siglo muy convulsionado, donde nuestra historia nacional
se vio envuelta en muchos sucesos de los cuales se han historiado en su
mayoría, los más relevantes, dejando de lado el “lado B” de cada uno de ellos,
como por ejemplo, la temática de los niños, sus problemáticas, sentires y
pesares, y es esta la invitación de la clase de hoy, develar su historia,
composición y asistencialidad.
El siglo XIX parte con la
independencia de nuestro país (1810), en conjunto con una postergación
económica (monopolio por parte de España), una economía minera incipiente,
gastos bélicos, entre otros.
A partir del año 1830 en
adelante, una vez consolidada nuestra independencia, nuestro país busca
fortalecer y robustecer sus cimientos para convertirse en un país desarrollado
acorde a los tiempos y otros países. Es por ello, que la consolidación parte
por la parte política y sus proyectos tanto económicos como sociales. En la
búsqueda de consolidación, es que se hace un llamado a los extranjeros
(colonización), específicamente italianos, alemanes y franceses a hacer
ocupación de nuestro territorio sureño, cuyo fin era la internación de sus
hábitos y cultura.
En el ámbito económico, se da un
vuelco hacia la agricultura y ganadería, siendo un siglo eminentemente rural,
generándose un creciente éxodo del campo a la ciudad, que durará hasta
principios del siglo XX.
En el ámbito social, la pobreza
extrema, insalubridad, hacinamiento, falta de educación vinieron a englobar aún
más los acontecimientos de este siglo.
Por otra parte, este es un siglo
plagado de desastres tales como terremotos, epidemias, (escarlatina 1827,
viruela 1833, gripe 1835, tifus y viruela 1864 – 65, viruela 1870 - 1873), plagas, roedores, guerras, crisis económicas,
promulgación leyes laicas (1880 - 1884).
Antecedentes
-“La impresión que
los niños no interesaban, sino en función de que llegarían a ser adultos que
ayudasen a sus padres en el trabajo. La niñez se entendía, pues, como una etapa
en la cual se proporcionaban los cuidados mínimos que garantizaran la
subsistencia”. (Pablo Artaza; Mujer y relaciones de pareja. Chile siglo XIX.)
-A fines del siglo
XIX, sólo en Santiago, se fundaron trece instituciones para niños pobres y
desamparados. “El aumento de los expósitos no puede ser más evidente. Su ritmo
siempre va en alza, paulatinamente, hasta el primer cuarto del siglo XIX;
fuerte, en la década de 1830 – 1839, y decididamente brutal a partir de 1840.
Entre 1770 – 1829, el número de abandonados aumenta casi un 107%, hacia 1870,
ha subido a un 1.720%. Así un creciente número de niños pasó la totalidad o
gran parte de su infancia bajo el cuidado de algún establecimiento de
beneficiencia” (RHSM)
Dentro de este marco histórico,
los niños eran considerados pequeños adultos, no se tomaba en cuenta sus
deseos, sentimientos, juegos entre otros, a diferencia de hoy, ni mucho menos
sus derechos, sólo los deberes. Entonces habría que hacer la siguiente interrogante,
¿de qué modo, todos estos sucesos irrumpen en la historia de los niños?
Orfandad en el Chile tradicional:
Culpa y llanto de Rosaria Araya (Ponencia presentada
en el Seminario “Sociedad agrícola y minera chilenas, en la Literatura y en la
Historia”, organizado por el Departamento de Historia de la Universidad de
Santiago, 1989):
Campesina perteneciente al Valle
de Illapel (Provincia de Choapa, Región de Coquimbo), joven soltera de 26 años
y al momento de esta historia, se encontraba 8º mes de embarazo. Rosaria Araya,
según los registros de la época había sido embarazada (según se supo) por
Matías Vega, peón de 26 años, soltero, del mismo valle.
Rosaria, pese a su avanzado
estado, se mostraba “siempre ájil para
trajinar”, aún cuando tuvo que ir a retirar un buey que había muerto al
caer a un barranco. José Simeón, el gobernador, estaba en verdad asombrado por
la vitalidad de Rosaria Araya. Sobre todo cuando supo que ella, después de esa
subida, “iso otra, también al cerro, casi
a igual distancia, i en la que anduvo sin fatigarse”. ¿No era asombroso?
Sin embargo, poco tiempo después, ya “no
pudo dormir de ninguna manera sino sentada”, y al frisar los nueve meses se
hizo necesario prestarle ayuda cuando quería pararse, debido al mucho peso de
su barriga. Aunque “puesta de pie, pudo
siempre andar i ocuparse en los quehaceres domésticos”. El gobernador de
Illapel tenía razón: Rosaria Araya era una joven campesina fuerte, vital y
animosa. “El día cartoce de setiembre del
presente año de 1845, entre cuatro i cinco de la tarde, le principiaron los
dolores…” Se dio aviso a la madre. Se hizo venir a Damiana Soto, para que
colaborase en el parto. Y ante ellas, como a las siete y media de esa misma
tarde, sin mayores complicaciones, vino el parto y nació un varón. Unos
instantes después “también vino la par”, con lo que la parturienta se sintió
más aliviada. Viendo eso, las comadronas “la echaron a la cama, quedando con
algunos dolores, aunque pequeños”.
Durante dos días,
obedientemente, Rosaria Araya permaneció en la cama. Estaba bien, pero “con
dolores muy lentos”. Su enorme barriga estaba, también, allí. Presente. Sin
deshincharse, como si nada hubiera pasado. Como si tuviera voluntad propia. O
fuera ajena a la vida del hijo que había expulsado fuera de sí. Algo extraño
estaba ocurriendo en esa barriga. Rosaria Araya sintió miedo. Y se puso tensa.
Sorpresivamente, entre ocho y
nueve de la mañana del tercer día, la gran barriga comenzó a retorcerse con
dolores rápidos y agudos. Rosaria creyó perder el control de sí misma. Alguien corrió
a buscar a Pascuala Barrera, “la que
abiendo venido muy pronto, i pulsando a la paciente, dijo que era parto”.
Previniendo un parto difícil, la madre hizo traer a un hombre, “para que las ayudase teniéndola”. Y a
las diez de la mañana nació una mujercita, seguida de la par. Tras su segundo
parto, Rosaria Araya se vio bien. No presentaba síntoma alguno de fatiga.
Parecía recuperada. Recibió un poco de caldo y, ya animosa, pidió jugo de
chagurires. Todo estaba normalizándose. Pero otra vez, como a las once, “le apuraron nuevos dolores, y en término de
una ora nació otra hembra, i luego salió también la par”. ¿No era eso
demasiado? ¿No era eso, ya, una maldición? ¿Y por qué la gran barriga seguía
hinchada? Fue entonces cuando Rosario Araya, vencida al fin, estalló en una
gran desesperación. Y así lo registró José Simeón, el gobernador: “Por esta tercera se afligió la paciente
demasiado, recordando su pobreza i la de sus padres, diciendo qué aria con
tantos hijos i cómo se vería para criarlos pues era tan pobre, por lo que deseó
mas bien morir”. La madre y las otras mujeres que la auxiliaban se
esforzaron por consolarla y tranquilizarla. Que no se afligiera. Que no iba a
morir. Que entre todos la ayudarían a cuidar de sus hijos…y era la una y media
del día 17 cuando, de nuevo, la gran barriga comenzó a retorcerse furiosamente.
Y durante tres horas la parturienta se revolvió en su cama, transpirando,
llorando, gritando. Y eran las cuatro bien pasadas cuando de la gran barriga
emergió otra hembra…”Entonces lloró, se
lamentó, i esclamó al cielo nuevamente, gritando que la privase de la vida,
pues se creía ser la crítica de todos por aber tenido tanto niño, i lo peor, no
tener con qué alimentarlos”…y estaba llorando y gritando cuando la barriga
se retorció y los dolores atacaron nuevamente. La partera, tranquila, dijo que
era la par. Pero Rosaria estaba ya fuera de sí, no escuchaba a nadie y “se aflijio tanto, creyendo que era otra
criatura, que la partera retrocedió, i ella, sintiendo ese gran dolor, dijo que
iba a morir muy pronto, i habló a su madre, pidiéndole perdón, como también a
todos los que la auxiliaban, i dando un fuerte quejido, al momento, expiró”.
Las criaturas que alcanzaron a
nacer fueron, pues, cuatro: un varón y tres hembras. Según José Simeón, todas
ellas fueron muy crecidas y robustas, “tanto
como el que nace solo”. El varón
fue llamado José María, “i se cria en
casa de Juan Godoy, recogido en ésta por caridad”. La mayorcita de las
hembras se llamó Mercedes del Rosario, “i
la cria escasamente Damiana Soto, pues es demasiado pobre”. La que seguía
fue llamada Carmen Jesús: “está en casa
de la abuela en la mayor escasez por su pobreza”. Y la menor se llamó,
simplemente Jesús, “i la cria Damiana
Vega, también en mucha pobreza”.
Todos los campesinos pobres que
auxiliaron a Rosaria Araya en el día de su culpa y llanto cumplieron, pues, lo
que habían prometido: criar a sus hijos con la ayuda de todos. Fueron, por eso,
hijos huachos, y a la vez, hijos del
pueblo. También los cielos cumplieron con su pedido: le concedieron la muerte,
para evadir (o pagar) la gran culpa de haber tenido tantos hijos en tan grande
miseria.
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